Personajes

Luis Politti: el recordado actor de La Raulito y de Rolando Rivas, taxista al que no pudo matar ni el secuestro ni la tortura pero que sucumbió al exi

Personajes 2025-11-27 04:00:05

Las crónicas de la época hablaban de una muerte “por tristeza”, lejos de la Buenos Aires que lo adoptó y de la Mendoza que lo vio crecer

No se merecía terminar así. Dicen los que lo conocieron que murió de tristeza. En el exilio, lejos de su familia, de sus amigos -salvo algunos que habían sufrido su misma suerte y eran sus pilares de contención-, del público que lo reconocía como el enorme actor que era. Sin estridencias, sin escándalos, sin nada más que su claridad conceptual, sus convicciones y su talento, Luis Politti construyó una cercanía con la gente, que se convirtió en su mejor capital. Por eso es que la extrañaba tanto, por eso es que se lo extraña tanto.

Tenía más o menos quince años cuando a este mendocino de a caballo e infancia campera se le cruzó el teatro por primera vez. “Me metí de pura vocación. Nos pagaban ‘chauchas’, como te imaginarás, pero qué lindo era. Con qué ganas trabajábamos”, contaba.

Luis no había sido el mejor de su clase, ni siquiera rankeaba entre los de la mitad para arriba, pero sus inquietudes artísticas eran evidentes. Es más, antes de la actuación ya se imaginaba un futuro como trompetista de jazz, sueño que se truncó, dicen, por una afección pulmonar, dando paso al contrabajo.

Luis Politti en La Raulito

Fue el director de la Escuela de Música de la Universidad de Cuyo, quien le tenía mucho cariño, el que una tarde le dio una sugerencia que le cambiaría la vida: “Más o menos a los 19 años, tomé definitivamente el camino del teatro por la visión, precisamente, de mi profesor de música. Ocurrió que los muchachos de la universidad organizamos para un fin de curso una de las clásicas estudiantinas. Y en broma, representamos algunas escenas de ‘La Boheme’. Yo era Mimi, la muchacha enferma. El profesor asistió a la representación y al terminar me habló seriamente sobre mis posibilidades de actor. Hizo algo más aún: me abrió las puertas para mi ingreso a la Escuela de Arte Dramático de la Universidad, Y ahí se inició lo que podríamos denominar mi segunda y definitiva etapa en la profesión. Pasaron diez años, en los que a la vez que seguía el curso bajo la dirección de Galina Tolmacheva, integré el elenco estable del instituto. Todo ese tiempo fue el que me permitió una formación a través del desarrollo de una práctica intensa. Y me ocurrió lo que a todo ser humano, al que el ‘pago’ le va quedando chico: se despertaron en mí las ansias de ‘volar’.

Un camino ascendente

Previo a instalarse definitivamente en Buenos Aires, Luis Politti tuvo un paso por la naciente televisión mendocina. Por entonces era el actor más destacado de la provincia y, como tal, debutó en el primer programa en vivo de entonces. Sin embargo, como bien había dicho él, llegó un momento que la continuidad de su sueño necesitaba una mudanza. Las “luces del centro” lo fascinaron, y así llegó, con lo puesto, a conquistar la capital.

“Ya me había hecho mis escapaditas varias veces -recordaba en una entrevista de 1975-, tanto así que en 1957 entero, me lo pasé aquí en la capital, invitado por un gran director, ya desaparecido, Roberto Pérez Castro. Integré el elenco de la Asociación Bancaria de la calle Reconquista, interpreté Monserrat, de Manuel Robles, con gran éxito. De aquello guardo un buen recuerdo, pues significó una gran experiencia. Después, en 1961, becado por el Fondo Nacional de las Artes, vine a hacer un curso de perfeccionamiento, pero ya tenía decidido quedarme. ¡Qué lucha al comienzo!”.

Y sí, una lucha de salir a buscar oportunidades, de trabajar de lo que fuera, de intentar insertarse en un medio que parecía inmenso en comparación con el mendocino, de vivir a los apurones, “de comer de vez en cuando, y de dormir donde se podía. Tuve que hacer de todo para subsistir: peón de albañil, planchador de gorras, a veces empleado, la cuestión era ‘tirar’. Lo de la profesión venía ‘salteado’: algo en televisión junto a Malvina Pastorino -Las tres caras de Malvina, un trabajo que le gustó tanto a la mujer de Luis Sandrini que comenzó a pedirlo como “colaborador permanente”-, un poco de teatro con El Vicario, que prohibieron enseguida… Aunque yo siempre me tuve fe, y eso es lo que me mantuvo, hasta que se empezó a dar. Y conseguí cierta estabilidad a través de un contrato con el Teatro General San Martín. Además, ya empezaban a ser más frecuentes los llamados para televisión. En cine hice mi debut en Los siete locos, que dirigió Leopoldo Torre Nilsson. Pero indudablemente lo que me dio trascendencia fueron los cinco años del San Martín. Esa fue la catapulta que inició el camino”.

El camino fue ascendente: La tregua, Los gauchos judíos, televisión con Rodolfo Bebán, adaptaciones, novelas, una sucesión imparable aunque con algún que otro recoveco. La duda era hacia dónde iba, y cuánto tardaría en llegar. El destino estaba prefijado, pero lo que el actor no sabía es que no iba a llegar a él caminando, sino en un taxi. El de Rolando Rivas.

Amor y dolor

Fernando Helguera Paz se llamaba, era el padre de Mónica, es decir, Soledad Silveyra. Y aunque su papel tenía todo para destacarlo, Luis Politti le dio una nueva dimensión que lo hizo inolvidable. Los más de 40 puntos de rating que Rolando Rivas, taxista hacía en la televisión de la década del 70, repercutieron directamente en la popularidad del actor. Él, que poco le importaba la fama, de pronto se encontró rodeado de chicas, chicos, padres, madres, todos querían su autógrafo, todos conocían su nombre: “Lo del programa fue positivo, lo reconozco, porque me proyectó en el gran público. Pero, ojo, no definitivo. Simplemente quedó en la gente, y eso sirve. Fue y es un gran halago, que todavía me lo recuerdan por la calle”.

Fuera en el teatro, en el cine o en la televisión, sus compañeros querían actuar con él. A pesar de ser un hombre joven, ya se lo consideraba como un maestro de actores, además de un compañero que se jugaba por el resto. A Politti se lo quería mucho, al punto que los proyectos y las ofertas, se sucedían, siendo siempre recibidas con idéntica humildad. Pero una cosa es el ámbito de la cultura y otra el del poder político. Y a mediados de los 70, un hombre con esas convicciones no gustaba nada.

En alto del rodaje de Los Gauchos Judíos:  Víctor Laplace, Adrián Ghío, Luis Politti e Ignacio Finder

En 1973, el intérprete participa del film Los traidores, de Raymundo Gleyzer, película del cine de resistencia de la época. Luis Politti siguió adelante y entre otros trabajos de la época quedó su inolvidable papel en La Raulito, junto a Marilina Ross (como él, también víctima de amenazas por parte de la Triple A). Hacia 1975, la amenaza ya era feroz, obligándolos a abandonar el país, bajo pena de “ser ejecutados en el lugar en que se los encontrara”.

El 21 de junio de 1976, Luis Politti fue secuestrado y torturado durante dos días, al punto de ser sometido a simulacros de fusilamiento. Una vez liberado -por mediación de la Asociación Argentina de Actores-, asustado y amargado, decidió irse a México para proteger a los que más quería. Andrea Politti, su hija y continuadora de su legado, recordaba aquel momento en una nota para LA NACIÓN: “Yo era muy chica y me enteré de su exilio de una forma muy extraña. Era el Día del padre y él no llegaba. Fue una situación muy traumática”.

Así comenzó el ocaso de Luis Politti, fruto de un desarraigo que dolía demasiado: “Tengo miedo, mucho miedo, pero eso no es lo peor, lo peor es la tristeza. Ahora estoy pesando arriba de 120 kilos. Bueno, de ese peso 15 kilos son de miedo y 100 de tristeza. Extrañando todo. A la familia, a los viejos, a los tucos, extrañando a las acequias, a los estornudos que vienen cuando uno pisa las pelotitas de los plátanos. Extraño a mis hijos, sobre todo a mis hijos”.

Triste, solitario y final

“Politti tenía una necesidad imperiosa de salir de México, y la posibilidad se dio a través de Lautaro Murúa, que lo propuso para incorporarse al elenco de la película Las truchas, dirigida por José Luis García Sánchez y producida por Luis Mejino, dos excelentes personas que contribuyeron mucho en todo lo que fue la gran diáspora argentina. No era casual que trabajáramos varios exiliados, que estábamos pululando por ahí”. La cita pertenece a Héctor Alterio y es parte del libro Cadencias y otros cielos, de Fabián Stolovitzky.

Allí también Lautaro Murúa detalla cómo fue la historia del reencuentro: “Estando en España, país al que vine invitado porque La Raulito había tenido una resonancia bastante excepcional, surgieron algunos proyectos de trabajo. Uno de ellos fue generado por el productor Luis Mejino, que quería hacer Las truchas, una tomadura de pelo al régimen franquista: ‘Yo quiero hacer esta película con actores desconocidos para el público español’, me dijo Mejino. En medio de estas conversaciones, me llegó una carta de Luis Politti desde México, carta que desgraciadamente no conservo, en la que se lo notaba desesperado. Tal vez por eso no la conservé, porque era muy terrible. Me decía que estaba desolado, que por favor lo ayudara y lo sacara de ahí. Mejino, por esos días, me había preguntado por el actor de La Raulito. Entonces lo llamé y le dije: ‘¿Sabés quién está en España?’. Politti”. A lo que siguió un telegrama de seis palabras a su amigo: “Personaje filmación comienza veintiséis julio. Vuela”.

Madrid fue mejor que México, filmó con Jaime Chávarri, con Luis García Berlanga, con Manuel Gutiérrez Aragón, entre otros, pero no alcanzó. No era Mendoza, no era Buenos Aires, la libertad se percibía distinta: “Las Cibeles son la Lola Mora, Lavapiés es casi San Telmo, el Retiro parece Palermo, la Gran Vía la Avenida Santa Fe. Todo tan parecido y todo tan distinto. La mitad de mi vida es presente, la mitad es pasado. Vivo una parte de lo que veo, la otra parte no la veo, la extraño. Ayer, en la Plaza del Sol me junté con otros argentinos de extramuros. Nos lloramos algunos tangos y de vez en cuando hicimos un silencio de río marrón al atardecer. Ayer volví a dolerme, me dolí hasta agotar mi pañuelo”.

Luis Politti, el actor, el padre, el hombre, el que comía pomelo con azúcar y le gustaba jugar a la generala, se enfermó de hepatitis y murió en Madrid el 14 de julio de 1980. “Por suerte, pude estar en España con él y siento que en esos meses fue el mejor padre del mundo -recordaba su hija Andrea-. Se emocionó mucho cuando se enteró que yo iba a ser actriz. Pero no me pude despedir. Intuía que algo malo pasaba porque las cartas no llegaban. Llamé y me atendieron en la morgue. Ahí se me cayó el teléfono. Me llevó mucho tiempo superarlo. Cada vez que llega el 14 de julio siempre estoy triste, pero me pasa que haciendo teatro me reencuentro con él”.

También están sus películas, sus programas, las fotos, y esta modesta historia, para que todos podamos, una vez más y para siempre, reencontrarnos con él. Seguramente sería su más ansiado anhelo.



Fuente: LA NACION (extraído usando lector RSS).



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